¡Hola gente!
Hoy os traigo una nueva reseña, Carcoma, escrita por la autora Layla Martínez. Vamos con la ficha técnica:
Título: Carcoma.
Autora: Layla Martínez.
Editorial: Amor de madre.
Género: Terror.
SINOPSIS
Todas las casas guardan la historia de quienes las han habitado. Las paredes de esta casa perdida en el páramo hablan de voces que surgen de debajo de las camas, de santas que se aparecen en el techo de la cocina, de desapariciones que nunca se resuelven. Los vecinos reniegan de sus dos habitantes a la luz del día, pero todos acuden a ellas cuando nadie los ve. La abuela se pasa los días hablando con las sombras que viven tras las paredes y dentro de los armarios. La nieta vuelve a la casa tras un incidente con la familia más rica del pueblo. Ahora, desenredando la historia de la casa, se han empezado a dar cuenta de que las sombras que la habitan estuvieron siempre de su lado.
SOBRE LA AUTORA
Layla Martínez es licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense y colaboradora habitual de El Salto. Además coordina el fanzine musical Dolly Records y codirige la editorial Antipersona. También ha publicado relatos en varias antologías de narrativa: Alucinadas (Palabristas, 2017), Estío (Episkaia, 2018), No son molinos (Cerbero, 2018); y de ensayo, como Infiltradas (Palabristas, 2018), sobre el papel de la mujer en la ciencia ficción.
OPINIÓN
La existencia de una novela como Carcoma supone la prueba de que el terror es un género tan rico, variado y flexible como cualquier novela no perteneciente a género o a otro diferente.
Porque a estas alturas de la película cualquiera pensaría que el tema de las casas encantadas está ya tan manido, que cualquier producto sobre el subgénero resultaría reconocible o del montón.
Y si hay algún calificativo que endilgar a esta obra, desde luego que corriente es el menos apropiado, porque Layla Martínez nos habla de una casa encantada, sí, pero lo hace a través de una narrativa arriesgada, empleando dos voces marcadas por la separación generacional pero unidas por la sangre y la pobreza. Dos perspectivas que van dando la información poquito a poco, jugando con las medias verdades, la historia familiar o la poca fiabilidad.
De nuevo, y como sucede con estas nuevas autoras del terror patrio, el escenario de la casa maldita es un pueblo de la España profunda. De esa España vaciada que la autora aborda desde una perspectiva histórica, social y de género.
El lugar donde se desarrolla la historia es uno de esos tantos que aún reproducen el eco de un pasado no tan lejano como nos gusta pregonar. Donde las clases sociales adjudicadas durante la guerra civil y la dictadura se transmiten de generación en generación, asignando a las protagonistas un papel predeterminado antes del nacimiento del que es difícil escapar. Las oportunidades no están al alcance de cualquiera, y esta obra es un intento de desmitificación de un sistema meritocrático que no deja de ser una falacia porque las castas aún existen.
El pasado aún no superado de la historia de España es un tema esencial en la novela. Especialmente porque es en los pueblos pequeños y asfixiantes donde más se notan las estructuras de poder de ese conflicto civil que aún no han sido derrocadas por completo. Los muertos del fascismo tienen su peso en la historia familiar de las protagonistas y contribuye en la creación de una atmósfera cerrada y opresiva.
Pero Carcoma no solo resulta una crítica terrorífica sobre la mezquindad del sistema de clases, sino que aprovecha el que sus protagonistas sean personajes femeninos de generaciones diferentes (abuela y nieta) para hablar de la violencia contra las mujeres, y de su persistencia a lo largo del tiempo, aunque sus manifestaciones muten con el paso de los años.
Este tema está directamente relacionado con algunos de los fantasmas que habitan la casa, un lugar que ha sido testigo y cómplice de la opresión ejercida por los hombres contra sus mujeres a lo largo de los años, y cuyas paredes reproducen los ecos de esos abusos aún a día de hoy.
No obstante, la autora se esfuerza mucho para que veas a las protagonistas como personajes tridimensionales. Sí, han sufrido, pero Layla Martínez no cae en el error esquemático y maniqueo de equiparar el concepto de víctima con el de buena persona. Abuela y nieta actúan a lo largo de toda la novela a través de un rencor que parece otra herencia más generacional que asola a las mujeres de esta familia. Eso envenena la casa tanto o más que los fantasmas que la habitan, y hace de estas dos mujeres unos personajes resentidos, amargados, incapaces de prosperar tanto por la falta de oportunidades como por su propio odio y autosabotaje.
Por eso el título de la obra no hace referencia al bichito que se come la madera, sino a algo mucho más peligroso: el rencor que carcome hasta que ya no queda nada de uno mismo.
CONCLUSIÓN
Para aquellos amantes del terror ambientado en los pueblos pequeños. Para los que creen que a través del terror se pueden hacer comentarios sociales de plena actualidad. Para los que deseen una vuelta de tuerca del subgénero de las casas encantadas, tanto en el fondo, como especialmente en la forma.
NOTA
8
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